Hace tiempo que no me tocaba experimentar una función de cine en donde la audiencia le gritara a la pantalla como esperando que los personajes reaccionen a sus consejos o que, al momento del beso, se escucharan los aplausos de aquellos apasionados que se ven reflejados en la imagen de la gran pantalla. La película en cuestión fue la de "Eso", primera vez que se lleva al cine la adaptación de la novela homónima de Stephen King, y segunda vez contando la mini-serie para televisión.
Esta interacción con la imagen cinematográfica, que normalmente responde a las películas de horror, y mi intención de relacionarla con lo que menciona Juhani Pallasmaa en "Los ojos de la piel - La arquitectura y los sentidos", me hizo recordar a otro personaje de la industria estadounidense que poco a poco ha sido olvidado por el mismo medio que lo produjo, un personaje que deseaba traspasar la barrera de la hegemonía escópica a la que está condicionada la cinematografía para convertir la sala de cine en una experiencia sensorial. Me refiero a William Castle.
Nacido en Nueva York en 1914, Castle se sintió atraído por la naciente cinematografía al ver Drácula, con Bela Lugosi en el protagónico y, parece ser, este hecho lo marcó para su futura carrera como productor de películas en el género de horror, especialmente de aquellas conocidas como de clase B.
A diferencia de muchos otros directores que incursionaron en el género de horror y ciencia ficción, Castle buscó convertir la proyección de la pantalla en una experiencia que atrapara a los asistentes de la función. Parecía que entendía ese principio básico de la cinematografía que la tiene aprisionada desde sus inicios a una eterna "planitud unidimensional", como la describe Mario Pezzella, a esa "cámara oscura" de Descartes que aísla al espectador y refuerza el conocimiento a partir de la vista, del ocularcentrismo que rige nuestra cultura y que tanto critica Pallasmaa. William Castle pensaba lo mismo y se dio a conocer por hacer del cine un espectáculo de feria que rasgara la pantalla y se dejara tocar por los espectadores y, a su vez, estos se dejaran tocar por la imagen, olerla y, si hubiera sido posible, degustar esas imágenes en movimiento; pero no en un sentido metafórico, sino realmente poder masticar las imágenes.
Esqueleto fosforescente utilizado para la película "La casa de la colina embrujada" (1959) |
Innovaciones con nombres como Emergo, Percepto, Illusion-O, entre otros, fueron los acercamientos de este personaje por querer hacer de la experiencia fílmica algo "íntimo", como lo menciona Pallasmaa sobre la arquitectura. Una intimidad que resultaba en colgar "esqueletos fosforescentes" que flotaban sobre los asistentes en películas como La casa de la colina embrujada (1959), o butacas que, gracias a bajas corrientes eléctricas, simulaban la sensación de insectos recorriendo por debajo de los asistentes en cintas como El aguijón de la muerte (1959) y, aunque no fue de él la implementación del Smell-O-Vision, la cual permitía percibir ciertos olores en escenas específicas y no siempre placenteras, sí utilizó técnicas en donde el público decidía la manera de terminar la historia o el destino de ciertos personajes mediante tarjetas que se le daban a los asistentes, provocando una experiencia casi comunitaria en la sala de cine, aquella que, adaptando el comentario de Pallasmaa sobre la arquitectura clásica, te invita a recorrerla, a tocarla e interactuar con ella.
Hoy tenemos un 4DX que, en su intento de atraer a los cinéfilos, parece que funciona más para alejarlos y que en nada se asemeja a esos juegos de feria en donde uno entraba a una nave espacial y, gracias a la proyección, viajaba en el tiempo y trataba de esquivar cuanto peligro se topaba. No hablaré del 3D o visión estereoscópica que cumple, con sus temporadas de aparecer y desaparecer en la cinematografía, como una enfermedad recurrente que cada vez es menos fuerte. El sueño de William Castle por convertir la cinematografía en experiencia de todos los sentidos parece ser un fracaso.
No creo que el cine sea necesariamente el mejor medio para realizar una rebelión en contra de la hegemonía escópica en favor al derecho por conocer y experimentar de los otros cuatro sentidos. Creo que el poder del cine radica en la mente y en la experiencia visual que este posibilita. Pero, a sabiendas de todo esto, me hubiera encantado haber presenciado uno de estos espectáculos que William Castle tenía preparado para el evento cinematográfico.
Tarjeta usada para decidir el futuro de "El barón Sardonicus" en la pelícua del mismo nombre (1961) |
Promocional para "El aguijón de la muerte" (1959) |
William Castle en la promoción de "13 fantasmas" (1960) |
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