Si existe un cineasta que haya viajado a los contornos de la cinematografía y explorado sus recovecos más recónditos, seguramente es considerado por la mayoría del público como: a) Un farsante o b) Un genio incomprendido. Entre los directores que he podido conocer a partir de su obra, considero que es David Lynch uno de los pocos exploradores de la imagen que han tocado ese espacio entre dos fotogramas, aquel espacio que se traduce en un instante tan reducido que resulta imperceptible. Un hueco que no solo ha explorado con lo visual, sino también con lo auditivo y que, con el paso del tiempo, se ha convertido en una especie de sello personal. Cuando estrenó en 2006 su último largometraje titulado
Inland Empire, Lynch se acercó demasiado a ese hueco y dio como resultado una de las cintas, a mi parecer, que mejor aborda la cinematografía como esencia y no como forma.
Hay que regresar 30 años en el pasado y encontrarnos con el mismo director realizando su ópera prima llamada Eraserhead, la cual se estrenó en 1977 y dividió la opinión de la audiencia. Unos la amaron y otros pensaron que había sido un desperdicio de su tiempo. Con los años, esta cinta se convirtió en película de culto gracias al circuito de proyecciones de media noche que se popularizó en la cultura estadounidense entre la décadas de los cincuenta y los ochenta, con exponentes clásicos como: La noche de los muertos vivientes (1968) de George A. Romero, El Topo (1971) de Alejandro Jodorowsky y Pink Flamingos (1972) de John Waters. Lo que distinguía a Eraserhead del resto fue su atmósfera cargada de un sentimiento ominoso que, hasta la fecha, sigue conservando.
La película, totalmente monocromática, comienza con tres imágenes yuxtapuestas: el título de la cinta, un tercio del rostro del protagonista, llamado Henry Spencer, en posición horizontal y una especie de cuerpo celeste suspendido exactamente en la frente de Henry, rodeado por
lo que parecen ser estrellas. El rostro se desplaza al tercio superior de la pantalla y poco a poco desaparece mientras escuchamos un extraño sonido, como si se tratara de un ducto de aire. Poco a poco nos acercamos al cuerpo celeste, el cual da la impresión de ser una especie de luna. Se hace un corte y la siguiente imagen es un recorrido en cenital de una falla terrestre en forma de canal en donde no se distingue el fondo y que recorremos hasta que solo podemos ver oscuridad. La imagen se disuelve a otra toma cenital de lo que parece ser una cabaña con techo construido a dos aguas
y que se encuentra perforada por un enorme hoyo que solo permite ver oscuridad en el interior. Nos acercamos lentamente, como atraídos por sus entrañas, hasta perdernos en la oscuridad total.
Esto, más que un recurso narrativo que utiliza Lynch para "atrapar" a su audiencia, se volvería un motivo en su corpus cinematográfico. El hoyo negro será un umbral entre la percepción y lo confuso. Recurriendo a lo que menciona Pablo Fernández Christlieb en su texto
El espacio como entidad psíquica, es un espacio entre dos objetos, un hueco entre fotogramas. Precisamente esto es lo que distingue a la imagen de Lynch, ese espacio entre un universo y otro, entre un espacio reconocible y otro que nos desconcierta. Cuando Christlieb menciona que la percepción confusa "es un espacio de la que no hay definición y que, no obstante, tiene realidad e injerencia" pienso en estas zonas en la que los personajes lynchianos deben atravesar; muchas veces para encontrar aquello que los elimina, como en
Mulholland Drive (2001), o realidades que estaban debajo de la superficie como es el caso de
Blue Velvet (1986).
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Blue Velvet (Lynch, 1986)
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Mulholland Drive (Lynch, 2001)
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Inland Empire (Lynch, 2006) |
Cuando pensamos que nuestra percepción puede identificar los elementos que nos presenta Lynch, siempre cruzamos ese umbral que lo vuelve todo confuso, que presenta formas fuera de foco, extremadamente iluminadas y que dificultan la visión, incluso para el mismo espectador, como si la película se hubiese quemado y solo viéramos la luz del proyector sobre la pantalla. Lynch ha trabajado con ese hueco, con aquello que no podemos definir, y lo trabaja de tal forma que racionalmente no entendemos nada de lo que acabamos de ver pero nos deja un sentimiento muy particular, indescriptible y que nos hace regresar una y otra vez a esos universos de este director el cual, aunque parcialmente retirado de la cinematografía, es uno de los pocos que ha explorado esos espacios entre objetos, un
hueco-nauta que no solo nos presenta estas regiones en donde el tiempo parece detenerse, si no que nos arroja en su vorágine oscura para que nosotros experimentemos lo que en realidad hay ahí.
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Eraserhead (Lynch, 1977) |
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Blue Velvet (Lynch, 1986) |
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Mulholland Drive (Lynch, 2001) |
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Inland Empire (Lynch, 2006) |
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