Si existe un cineasta que haya viajado a los contornos de la cinematografía y explorado sus recovecos más recónditos, seguramente es considerado por la mayoría del público como: a) Un farsante o b) Un genio incomprendido. Entre los directores que he podido conocer a partir de su obra, considero que es David Lynch uno de los pocos exploradores de la imagen que han tocado ese espacio entre dos fotogramas, aquel espacio que se traduce en un instante tan reducido que resulta imperceptible. Un hueco que no solo ha explorado con lo visual, sino también con lo auditivo y que, con el paso del tiempo, se ha convertido en una especie de sello personal. Cuando estrenó en 2006 su último largometraje titulado Inland Empire , Lynch se acercó demasiado a ese hueco y dio como resultado una de las cintas, a mi parecer, que mejor aborda la cinematografía como esencia y no como forma. Hay que regresar 30 años en el pasado y encontrarnos con el mismo director realizando su ópera prima llamada E...